martes, 3 de marzo de 2015



El sonido del tren resplandece tanto como mis heridas de verano, y cuelgo de los vagones mis telas y mis ropas,y mi música se desprende buscando un aliento y una moneda entre los asientos, entre los boletos cortados y la mugre acumulada del piso, como un pequeño temblor arrinconado en el mundo de vías. Si fuera un espíritu sin consumir, o un espíritu adormecido, ahora estaría revelado, seria claro entre la masa uniforme de cuerpos centelleantes, y podría dejar este andamio de sentimientos des encontrados para al final relucir o estrellarme contra el cielo sin aire del mundo.

Una estación y la otra que le sigue. Cambian los nombres. Cambian las vías, y todo parece una imagen repitiéndose, un vórtice torcido por la psicodelia, el porro, y el amor difuso de las ventanas, por los gritos del guarda totalmente atontado por el ir y venir.

Corre el viejo tren, corre hacia el abismo taciturno, y nos lleva a todos, o a casi todos, al mismo lugar descendiente. Hacia el asfalto, el colectivo, el cigarrillo, hacia el tiempo que se escapa esperando y esperando que las luces empiecen a moverse entre nuestros ojos y nuestro culo apretado al asiento.

Que desesperante es querer mover con la conciencia ese viejo monstruo y que no sea mas que humo y ruido, mas que ventas desesperadas y niños perdidos, niños que saben mas de la noche y los golpes que cualquier pasamano, que cualquier auto en la avenida, que cualquier político, que cualquier hombre mujer derretido en la vieja estación.

Pienso en ello en mis trazos apurados en el papel, y una lagrima recorre la punta de la birome con la que se desata la sangre, la poesía y la historia de un corazón agrietado que contempla como el techo de zinc y chapas del lugar recalienta el suelo, las ropas y todo aquel trabajador, ladrón, policía, vendedor, perro, gato hambriento, puta revuelta y desvelada, misionero, trastornado, mal habido, harapiento, extranjero o campesino.

Tanto y tan poco.

Noches y días igual de violentos, días y noches de dientes apretados contra las puertas corredizas, contra los vagones fulminantes. Quiero des hacerlo, lo juro, quiero tirar piedras al pájaro saboteador de mi conciencia y agredir a mis ojos para que dejen de nublarse en cosas vanas que cuelgan de la estela universal del sin sentido, donde los pensamientos caen por el terraplén y duermen junto a los cimientos de una estación abandonada.

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