miércoles, 18 de febrero de 2015



Borracho tal vez.


Se miraba los zapatos desatados, y sus manos corroídas, como una cerradura sin sentido en la puerta de la agonía se miraba y repensaba en el final de los tiempos, en el comienzo de las flores, en las lesiones de su cuerpo y en toda la maraña de la ciudad. En aquellas promesas que no se cumplieron con el tiempo, en la bebida sin descanso, en los vasos rotos de vidrio, en los cientos de juguetes perdidos que reniega y reniega no haber guardado mas cerca de su corazón y no en un baúl de desconsuelo.

Mientras camina apurado por el lado de la sombra, el adoquin pareciera crujir por el sol de la tarde, y el viento solo soplaba por encima de las terrazas, por encima de las nubes (el pensaba).

La ciudad árida, los perros flacos y sedientos, los gatos pegados al suelo como babosas peludas.
El viejo joven desatado por la vida, y las colisiones contra su cuerpo, llevaba en su mano una bolsa de papel madera con dos botellas de whisky

(el whisky puede matarme de calor y cocinarme las entrañas, pero no creo en la ingenuidad de los corazones fríos, creo tanto en mis labios empapados del ardor de tu licor que he perdido las mejores primaveras atado a las botellas mas calientes)


Salio del estrépito del barrio y de sus casas de ancianos, de jardines repletos de rosas, begonias, margaritas, árbol, flor, flor y árbol. Salio de ese sin sentido de imaginarse sentado en las entradas de las casas antiguas restauradas.

Cuando su imaginación lo aprieta este puede sentir hasta los olores profundos de su memoria, puede ver su cuerpo trasladado en la emoción de vivir sin riesgos, puede verse amando a una figura de mujer perfumada, sin curvas pero con esplendorosos ojos de muerte, con cadera misteriosa y manos de tijera, con un armario repleto solo de vestidos amarillos, azules y verdes, con dientes como luces de entrada y pechos tibios de madre, de joven, de vida. (basta para mi de esos sueños reciclables, pensaba y se mordía) Y sus ojos de cristal empezaban tenuemente a chorrear un liquido gris que ardía en su cara, que dolía en su boca cuando este lo tocaba.




Mejor fue salir a la avenida a correr a los autos como un perro apurado, a mirar como el ir y venir de miles de personas como hormigas lo pasaban por encima.

El mejor secreto de un borracho es pasar desapercibido, el mejor y mas doloroso secreto es aquel que llevamos en nuestra vida como un cruz de sal en el cuerpo, como el estigma de no tener, de no querer, de no suceder mas allá de las luces del tiempo que encandila.

Ahí se va el whisky con el atardecer, ahí se queda en su memoria el relámpago de una visita rápida a su intuición violenta sobre la vida que cuelga de sus ropas harapientas.

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