miércoles, 18 de febrero de 2015




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El viento de primavera le soplo en su vida un cálido sentimiento que nunca fue anunciado. Ella dormía sola en una habitación de techos altos, donde mares de colillas de tabaco cubrían todo el piso de madera crujiente. Dormía hasta la tarde, y cuando el Sol se adentraba por el ventanal y tocaba sus pies, ella se despertaba, estiraba cada musculo de su cuerpo, y se fundía en su plenitud despertando en su mañana perfumada de rosas, rosas que ella cambiaba todos los días, o que robaba a escondidas de cualquier jardín.
Ruidos de tazas, y música que resonaba desde el cuarto hacia toda la casa abrían su corazón de a poco. Ya no hay nadie a quien despertar puesto que la ultima rosa, la mas preciosa, ya se había levantado en alto con el Sol de la tarde.
No puedo imaginarme, ni cerrando mis ojos con mucha fuerza, como estaría bostezando sus lagañas en este momento, o como sus manos se mezclan entre el desayuno y el almuerzo.
Solo, inmóvil en un banco de una plaza que conozco demasiado, viviendo un Domingo donde la muerte parece mezclarse con el Sol que repica en mi espalda como estallido de brazas, como madera ardiente.
¿Donde es que voy a dejar mi cuerpo? Si este solo reniega no poder separarse de sus huesos y convertirse en vapor, o en música, o en silbidos chillones del mismo cuerpo, que se aprieta contra las paredes de su piel.
Las grietas de la tarde y su inminente oscuridad se avecina por encima de mi cabeza, y una bandada de horneros de prisa va soltando su vuelo lo antes posible, medio escapando, medio cantando. Curioso es pensar como del azul, y del brillo solo quedaron truenos, granizo, y una obnubilan te presencia de desamparo.
-Llueven gotas enormes (dije) y del llanto solo se puede hablar en voz baja.
Caen hojas y ramas violentas, hay basura flotando, y basura atrapada en las bocas de tormenta, basura a mi lado, basura rota y esparcida por toda la plaza y la lluvia. Algunos perros parecen contentos, o al menos eso pienso mientras los veo revolearse entre si, corriéndose, mordiendo sin ambición, y casi sin un motivo en particular, las ramas, las flores, las hojas. Ellos me animan a romperme, y dejar toda mi alucinación, pero un pequeño umbral de goteras me resguarda irónicamente de la inundación, del diluvio insensate que llego justo a matar de espanto a una tarde irrelevante.
-Estúpido Sol (pensé) cuando uno quiere quemarse debajo un árbol, cuando la tristeza ahonda por horas y horas, este nada puede iluminar. Que tonto Sol, siempre se va de mi...
Y ella en mis ojos como ventanas cerradas, ella en mi imaginación que galopa sin sentido por su cuerpo, ella en la tormenta recostada entre la calma y el ruido.
Quizás me vea en sus sueños, sin zapatos, y con media guitarra desafinada a cuestas, quizás me vea colgado de los sonidos que esta emite, o quizás no tenga ni rostro, y solo sea un tenue calor en sus labios...
De pronto la calma, la humedad, y los perros embarrados. De pronto mis pies pegajosos se tropiezan entre si, y suelto una risa imprevista. Toco mis manos heladas, y entre ellas, el aroma de la flor que duerme hasta tarde eriza mi sentido, le devuelve el color al cielo interminable.

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